22 mayo 2004

Té de cantueso

Solíamos pasar los veranos cerca del mar y durante un tiempo ocupamos una modesta villa en una pequeña localidad de Alicante. Por las tardes mis padres nos llevaban a un kiosco donde las familias vecinas se reunían para charlar. Y allí se nos hacia de noche y a veces nos quedábamos a cenar. El kiosco lo regentaba una joven pareja, que también vivía en nuestra misma urbanización.
En las noches de mayor calor, cuando se apagaban las luces, mientras las últimas familias apuraban sus bebidas, ellos se deslizaban sin hacer ruido a la cala que había en la pare de atrás. Y con el mismo silencio se quitaban la ropa y se daban un baño.

Los chiquillos nos hacíamos señas y poco a poco nos juntábamos todos entre las barcas que se encontraban varadas a un lado de la cala. Y nadie hacia ruido.

Ella preparaba aromáticas infusiones de cantueso. “¿Té de cantueso?” ofrecía sonriendo.
Hace poco supe que había muerto repentinamente, de enfermedad.
Gracias por aquel té, Cuca.