24 mayo 2004

Té en Praga

Durante los dos últimos días no había dejado de nevar en Praga. Algunos burgueses y nobles, con la quimérica intención de sentirse mejor, se juntaban con las almas bohemias intentando renegar un poco de su cómoda vida.
Sobre botas de cuero duro con cuchillas, se acercaban por las mañanas a alguno de los pequeños lagos para patinar sobre la gruesa capa de hielo.

Allí estaban ellas dos. La escritora modernista y su ayudante. Pero ella era algo más que eso: era quien tomaba las notas en rápido dictado, era quien mantenía ordenado el escritorio, era quien se ocupaba de que siempre hubiera papel y tinta, y que nunca faltara comida en la mesa. Ella era algo más.

Los algo ya más que jóvenes artistas gustaban de tener cerca de su incomprendida escritora. Y la sujetaban fuerte para que no perdiese el equilibrio, y al oído le susurraban rincones apartados del resto del entretenido grupo.

Pero ella era algo más. Ella miraba atentamente, sumisa, sin perderse uno solo de sus movimientos por torpes que estos fueran. Y siempre tenía preparada una taza de té caliente, para cuando ella decidiese sentarse y dictar alguna inspirada frase para su próxima obra. Ella era algo más.

Y entre dictado y dictado, susurraba al oído de su ayudante rincones apartados del resto del entretenido grupo. Ella era algo más.