El show debe continuar
Era el intermedio de función en el Circo Internacional. Los padres se acercaban a los puestos de palomitas mientras los vendedores de números para rifa agitaban las tiras de colores bien alto. Los niños imitaban a los elefantes y andaban entre las butacas simulando tener pesadas patas.
Fuera de la carpa, los malabaristas, domadores, tragasables y el resto de artistas se amontonaban en la escalera de entrada a la caravana de los payasos. La mujer de Willy Dily había empeorado. La enfermedad que la perseguía desde navidades estaba ganando la carrera. Willy, el payaso, sujetaba su mano, de rodillas, al pié de la cama en un intento por salvarla de una caída a lo más oscuro.
Las trompetas volvían a sonar fuerte en el centro de la pista, y la función volvía a comenzar. Los enanos se acercaron a Willy Dily y le recordaron que era su número. Se acercó al espejo, se ajustó al peluca y se volvió a repintar las mejillas de blanco.
Se acerco a ella y la dio un beso de hasta ahora. Sacudió su sombrero y se encaminó a la entrada a la carpa.
Mientras Willy Dily daba volteretas y sus compañeros de escena le golpeaban con gigantes martillos de goma, su mujer echó el último suspiro.
Caían lágrimas de los ojos de la mujer barbuda. El show debe continuar.
"Flic flac" ©Juan Recaman