Té con sabor a olvido
Era la cuarta noche sin dormir. La falta de sueño le estaba empezando a pasar factura. Sentado en el borde de la cama y mirando al suelo fijamente, oyó al reloj marcar algunos minutos por encima de las cinco de la madrugada Se abrochó los pantalones, cogió una camisa y salió a la calle.
Caminaba sin ninguna dirección, con la tristeza como compañera y un paquete de cigarros.
El alba le pilló tumbado en un banco. Se incorporó con la decisión que le había faltado estos días y se acercó a la fuente. Metió la mano en el bolsillo y sacó una moneda. Se puso de espaldas y la tiró por encima suyo.
La ansiedad le impidió esperar a oír la moneda entrar en el agua y se giró bruscamente. Su destino seguía girando en el aire.
Pero esa moneda nunca entró. Golpeo en el bordillo y siguió rodando unos metros.
No había duda. Ella se había ido para siempre.
Guardó de nuevo la moneda en su bolsillo. Había un bar cerca de casa y era una hora perfecta para tomarse un té.