27 mayo 2004

El show debe continuar

Era el intermedio de función en el Circo Internacional. Los padres se acercaban a los puestos de palomitas mientras los vendedores de números para rifa agitaban las tiras de colores bien alto. Los niños imitaban a los elefantes y andaban entre las butacas simulando tener pesadas patas.
Fuera de la carpa, los malabaristas, domadores, tragasables y el resto de artistas se amontonaban en la escalera de entrada a la caravana de los payasos. La mujer de Willy Dily había empeorado. La enfermedad que la perseguía desde navidades estaba ganando la carrera. Willy, el payaso, sujetaba su mano, de rodillas, al pié de la cama en un intento por salvarla de una caída a lo más oscuro.

Las trompetas volvían a sonar fuerte en el centro de la pista, y la función volvía a comenzar. Los enanos se acercaron a Willy Dily y le recordaron que era su número. Se acercó al espejo, se ajustó al peluca y se volvió a repintar las mejillas de blanco.

Se acerco a ella y la dio un beso de hasta ahora. Sacudió su sombrero y se encaminó a la entrada a la carpa.

Mientras Willy Dily daba volteretas y sus compañeros de escena le golpeaban con gigantes martillos de goma, su mujer echó el último suspiro.

Caían lágrimas de los ojos de la mujer barbuda. El show debe continuar.


"Flic flac" ©Juan Recaman

26 mayo 2004

Té con sabor a olvido

Era la cuarta noche sin dormir. La falta de sueño le estaba empezando a pasar factura. Sentado en el borde de la cama y mirando al suelo fijamente, oyó al reloj marcar algunos minutos por encima de las cinco de la madrugada Se abrochó los pantalones, cogió una camisa y salió a la calle.
Caminaba sin ninguna dirección, con la tristeza como compañera y un paquete de cigarros.

El alba le pilló tumbado en un banco. Se incorporó con la decisión que le había faltado estos días y se acercó a la fuente. Metió la mano en el bolsillo y sacó una moneda. Se puso de espaldas y la tiró por encima suyo.
La ansiedad le impidió esperar a oír la moneda entrar en el agua y se giró bruscamente. Su destino seguía girando en el aire.
Pero esa moneda nunca entró. Golpeo en el bordillo y siguió rodando unos metros.

No había duda. Ella se había ido para siempre.

Guardó de nuevo la moneda en su bolsillo. Había un bar cerca de casa y era una hora perfecta para tomarse un té.

24 mayo 2004

Té en Praga

Durante los dos últimos días no había dejado de nevar en Praga. Algunos burgueses y nobles, con la quimérica intención de sentirse mejor, se juntaban con las almas bohemias intentando renegar un poco de su cómoda vida.
Sobre botas de cuero duro con cuchillas, se acercaban por las mañanas a alguno de los pequeños lagos para patinar sobre la gruesa capa de hielo.

Allí estaban ellas dos. La escritora modernista y su ayudante. Pero ella era algo más que eso: era quien tomaba las notas en rápido dictado, era quien mantenía ordenado el escritorio, era quien se ocupaba de que siempre hubiera papel y tinta, y que nunca faltara comida en la mesa. Ella era algo más.

Los algo ya más que jóvenes artistas gustaban de tener cerca de su incomprendida escritora. Y la sujetaban fuerte para que no perdiese el equilibrio, y al oído le susurraban rincones apartados del resto del entretenido grupo.

Pero ella era algo más. Ella miraba atentamente, sumisa, sin perderse uno solo de sus movimientos por torpes que estos fueran. Y siempre tenía preparada una taza de té caliente, para cuando ella decidiese sentarse y dictar alguna inspirada frase para su próxima obra. Ella era algo más.

Y entre dictado y dictado, susurraba al oído de su ayudante rincones apartados del resto del entretenido grupo. Ella era algo más.

23 mayo 2004

La chica con ojos caleidoscópicos

Suéñate en una barca en un río
con árboles de mandarina y cielos de mermelada.
Alguien te llama, tú contestas muy despacio.
Es una chica con ojos caleidoscópicos.

Flores de celofán verdes y amarillas,
elevándose sobre tu cabeza.
Buscas a la chica que tiene el sol en los ojos…
…y se ha ido.

(Traducción libre de "Lucy In The Sky With Diamonds", de The Beatles.)


“Los tulipanes” © Pilar Sendra

22 mayo 2004

Té de cantueso

Solíamos pasar los veranos cerca del mar y durante un tiempo ocupamos una modesta villa en una pequeña localidad de Alicante. Por las tardes mis padres nos llevaban a un kiosco donde las familias vecinas se reunían para charlar. Y allí se nos hacia de noche y a veces nos quedábamos a cenar. El kiosco lo regentaba una joven pareja, que también vivía en nuestra misma urbanización.
En las noches de mayor calor, cuando se apagaban las luces, mientras las últimas familias apuraban sus bebidas, ellos se deslizaban sin hacer ruido a la cala que había en la pare de atrás. Y con el mismo silencio se quitaban la ropa y se daban un baño.

Los chiquillos nos hacíamos señas y poco a poco nos juntábamos todos entre las barcas que se encontraban varadas a un lado de la cala. Y nadie hacia ruido.

Ella preparaba aromáticas infusiones de cantueso. “¿Té de cantueso?” ofrecía sonriendo.
Hace poco supe que había muerto repentinamente, de enfermedad.
Gracias por aquel té, Cuca.

21 mayo 2004

Té en la orilla del mar

El sol estaba comenzando a dejarse caer. Hacía suficiente calor como para llevar los dos últimos botones de la camisa abiertos, pero no lo suficiente como para soltar el tercero. Salí de aquella ciudad huyendo de algo y ahora trataba de buscar en mi interior el origen de aquella sensación. Pero en la orilla del mar todo se había borrado.

Le di un sorbo a mi té y me deje traspasar por los rayos de ese sol a medio arder.


Mar/Sea © Javier Arango 2003

20 mayo 2004

Té de Bombay

Salía humo de la vieja locomotora que se acercaba por la vía central. Iba despacio, marcha atrás. Decenas de pasajeros esperaban en una educada fila para ocupar sus asientos en los vagones de tercera clase. Desde el ventanal de la cafetería de la antigua estación de Bombay donde yo estaba pude ver a una delgada joven entrar en un compartimento de los vagones nobles.
Pamela, vestido blanco de algodón y zapatos con hebilla. Ayudaba a un niño de pocos años a subir el alto escalón de la entrada al vagón. Su color de piel era demasiado claro. No había ninguna duda de que era europea. Iba sola. Tal vez su marido se había quedado haciendo negocio con los comerciantes de la zona.

El camarero me trajo un poco de azucar. Eché dos cucharadas.
Yo también tenía un billete para ese tren.


Church Gate Station, Bombay, India, 1995 © Sebastiao Salgado

Primera taza

Todo comenzó con aquella cajita para guardar té que compré en Bombay.